Todas sus benditas tareas implican que uno tenga que
ingeniárselas para crear algo con materiales del hogar y llega un momento en
que la falta de imaginación y el cansancio le juegan en contra a cualquiera. De
allí que enviemos a nuestros hijos al colegio con ridículas creaciones como gusanos
superhéroes, una bandera de broches o una moto de tapitas.
Pasamos nuestras noches en vela escribiendo cuentos a mano,
pintando o decorando carpetas escolares y firmando notificaciones que apenas
llegamos a leer. Vivimos pendientes de sus tareas porque se convierten en
nuestras tareas. Pagamos para hacer esas tareas y lo peor de todo es que las
disfrutamos porque a diferencia de nuestro trabajo diario, éstas las hacemos
junto a ellos y para ellos. No ganamos tiempo, sino que lo cambiamos, pero
después de todo vale la pena.
Si no, ¿quién haría semejantes inventos con tanto orgullo?
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