Cuando yo era chico sabía que tenía que cuidar a mis juguetes
porque si se rompían no había vuelta atrás, en cambio ahora cuando ellos rompen
uno simplemente te dicen: “Vamos a la juguetería y compramos otro”. ¿Otro? Son
tan conscientes de la producción serial que ya no se toman ni un minuto para
ponerse tristes por la pérdida. Lo desechan y listo, que venga uno nuevo.
Es increíble que desde tan chicos adopten tan bien la
cultura actual del consumismo. Nada es especial para ellos, todo es reemplazable.
Por ello yo trato de no ceder ante su demanda y juntos intentamos repararlos o
al menos dejarlos enteros para ponerlos de adorno en una repisa. Porque si bien
los juguetes no tienen vida como en Toy Story, nosotros les damos vida con
nuestro cariño y ninguno es igual al otro. Con ese Superman rayado fuimos de
vacaciones, con ese Batman decapitado jugamos en la bañera, y con cada uno que
cayó en batalla tuvimos recuerdos maravillosos.
Camilla de juguetes heridos en estado de recuperación
Entonces, se merecen un poco de respeto y un mejor destino
que la basura. Es solo un poco de pegamento o clavos y tornillos y listo. Preparamos
una camilla de enfermos y heridos y comenzamos a ayudarlos uno por uno. Quizás
ya no sean tan ágiles o bonitos, pero algunos pueden ofrecer unas horas más de
juego y otros mirarnos desde la repisa, porque cada uno se ganó un lugarcito en
nuestro corazón y los que vengan atrás no van a reemplazarlos.
Hagámosle entender a nuestros hijos que las cosas son únicas. No solo hay que valorar los bienes, sino también la carga emocional de éstos. No todo es lo mismo, hay cosas que vale la pena preservar.
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